"En primavera, cuando ya los trigos mostraban al observador agricultor su realidad de frutos, se celebraba la romerÃa a San Cristóbal con objeto de bendecir los términos. Bastante de madrugada, después de un fuerte voltear de campanas realizado por los mozos, salÃamos con el sacerdote de la Iglesia para separarnos poco después e ir cada uno como podÃa hacia la ermita. Unos en caballerÃas, pocos en carros las más de las veces adornados, la mayorÃa a pie para andar la hora larga que nos distanciaba de ella. El camino era alegre y en grupo. Llegábamos, y todos a misa subiendo, en procesión y cantando, la empinada ladera. Después, entre el jugar de los niños, el charlar de los mayores y el buscar leña para hacer la paella o asar la carne, se hacÃa la hora de comer. Esto se realizaba en una era que hay allÃ, entre familiares y amigos. El vino terminaba, si cabe, de alegrar el ambiente. Después con charla, jotas y canciones, mientras los jóvenes bailaban, pasaba la tarde. El regreso también era muy alegre, y a la entrada del pueblo se formaba la procesión que iba a cantar una salve para dar gracias por haber pasado bien el dÃa. El aviso de la llegada se hacÃa con otro gran volteo de campanas". |